Querido Padre Celestial,

Alabanza

Todo lo que haces es digno de alabanza, entonces Te alabo hoy por la ira y el juicio que derramaste sobre Jerusalén. Tu santidad no puede soportar el pecado para siempre, y la única respuesta justa a la maldad no arrepentida es la muerte. Eres un Dios que se debe temer y que se debe amar, porque eres un “fuego consumidor”. ¡Te adoro y Te sirvo con reverencia y con temor! (He 12:28b–29). ¡Te alabo, Señor!

Hoy en Tu Palabra

Hoy me dijiste sobre la caída de Jerusalén en 587 ac. Todo lo que habías predicho por medio de Tus profetas fue cumplido. Dijiste que vendría una hambruna—el pueblo comería su pan por peso y con angustia (Ez 4:16), y finalmente, comerían a sus propios hijos (Ez 5:10). Y es exactamente lo que sucedió (2 R 25:3). Los bebés llamaron por tener mucha sed, los niños pidieron pan, y las mujeres cocieron y comieron a sus propios hijos (Lm 4:4, 10). Tú dijiste que Tu santo templo sería destruido y quemado por el fuego (Is 64:11; Jer 7:14). Y es exactamente lo que pasó (Jer 52:13). Nebuzaradán, el capitán de la guardia del rey, vino a Jerusalén y prendió fuego al templo, quemándolo completamente (2 R 25:9). Dijiste que Sedequías no escaparía—él vería y hablaría con Nabucodonosor cara a cara (Jer 34:3). Y así es como sucedió (Jer 39:3–5). Sedequías intentó escapar por la noche, pero fue capturado en los llanos de Jericó y llevado delante del rey de Babilonia. Predijiste que Sedequías sería llevado a Babilonia, pero no la vería (Jer 32:5; Ez 12:13). Y sucedió exactamente como dijiste (Jer 39:6–7). Nabucodonosor ejecutó a los hijos de Sedequías “en su presencia,” entonces a él le sacó los ojos para que la muerte de sus hijos fuera la última cosa que viera (2 R 25:7). Si hay algo que la lectura de hoy me enseña, es que, sin duda, lo que dices, siempre sucede. Aunque tarde, espéralo—“Porque ciertamente vendrá; no tardará” (Hab 2:3). Todo lo que predices sucederá exactamente cuándo quieres. ¡Qué historia tan trágica y terrible! Todavía puedo oír el eco de las palabras del cronista—“El Señor, Dios de sus padres, les envió palabra repetidas veces por Sus mensajeros, porque Él tenía compasión de Su pueblo y de Su morada. Pero ellos continuamente se burlaban de los mensajeros de Dios, despreciaban Sus palabras y se burlaban de Sus profetas, hasta que subió el furor del Señor contra Su pueblo, y ya no hubo remedio” (2 Cr 36:15–16). “No hubo remedio”— ¡qué palabras tan horrorosas! Llaman al pecador para que regrese a Ti antes de que sea demasiado tarde, que se arrepienta “de todo corazón, con ayuno, llanto y lamento” (Jl 2:12–14).

Reflexión

Tu Santa Presencia habitó en Jerusalén, pero finalmente, el pecado y la maldad del pueblo Te empujaron de la ciudad (Ez 10). De la misma manera, Tu Espíritu Santo habita en mi corazón, pero el pecado no arrepentido Lo puede empujar de mi vida. ¿Tengo mucho cuidado de obedecer todos Tus mandatos o entristezco Tu Espíritu precioso? (Ef 4:30; Is 63:10).

Petición

Padre, ayúdame a andar de una manera digna de la vocación con que me has llamado, con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándonos unos a otros en amor, esforzándome por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (Ef 4:1–3).

Agradecimiento

¡Gracias por salvarme del pecado y por adoptarme como Tu hijo! Quiero ser imitador de Jesucristo, andando en amor, ¡como Cristo me amó y se dio a sí mismo por mí! (Ef 5:1–2). ¡Aleluya!

En el nombre de Jesucristo, Amén.

Versículo de Meditación: Ezequiel 30:26.