Querido Padre Celestial,

Alabanza

Le prometiste a Ebed Melec: “Ciertamente, traigo Mis palabras sobre esta ciudad para mal y no para bien… ciertamente te libraré, y no caerás a espada” (Jer 39:16–18). Aun en medio de una Jerusalén devastada, recordaste al hombre que le había ayudado a Tu profeta, Jeremías. Te alabo por ser un Dios fiel—el Dios que libra a los que confían en Ti. ¡Te alabo, Señor!

Hoy en Tu Palabra

Hoy me dijiste lo que le sucedió a Jeremías durante el tercer y final asedio de Jerusalén. El sitio hizo que muchos regresaran a Ti en obediencia al pacto—Sedequías, los jefes y el pueblo todos juntos hicieron un pacto, y libraron a todos los esclavos hebreos (v. Ex 21:1–4). Desafortunadamente, su obediencia no duró mucho. Cuando Nabucodonosor salió de Jerusalén para tratar con la amenaza presentada por el ejército del Faraón Hofra, el rey y su pueblo faltaron a su palabra, e hicieron que regresaran sus esclavos. Esto me enseña que, con frecuencia, el arrepentimiento que surge de un momento de crisis desaparece tan pronto como termina la presión. Si verdaderamente anhelo Tu bendición, confesaré y dejaré de lado el pecado en lugar de intentar ganar Tu favor con momentos de obediencia. Mientras que Nabucodonosor estaba ocupado con los egipcios, Jeremías trató de salir de Jerusalén en viaje de negocios. Cuando intentó pasar por la Puerta de Benjamín, Irías, un capitán de la guardia, lo acusó de pasarse a los Babilonios. Jeremías declaró su inocencia, pero lo azotaron y lo encarcelaron en un calabozo. Esto me enseña que es posible estar en el centro de Tu voluntad, sirviéndote, y sin embargo, ser acusado y perseguido injustamente. Tal es la vida de los que permanecen firmes en medio de una generación maligna y perversa. Al final, Sedequías lo libró—pero no estaba dispuesto a escuchar las advertencias de Jeremías. Le interesaban Tus palabras (“¿Hay palabra del Señor?”), sin embargo no estaba dispuesto a humillarse para hacer Tu voluntad. Jeremías no permitió que la amenaza de muerte le impidiera hablar la verdad (Jer 38:1–3), y no pasó mucho tiempo antes de que fuera echado en una cisterna vacía para morir de hambre y por exposición. Ebed Melec libró a Jeremías, y hasta el momento en que Jerusalén fue capturada, se quedó en el patio de la guardia. Sedequías quiso hablar con él una vez que escapó de la cisterna. Sin embargo, todavía se negó a escuchar al profeta—tenía más miedo de sus jefes y de los judíos que se habían pasado a los babilonios que de Ti. Sin duda, ¡mostramos a quién tememos por escoger a quién obedeceremos (Mt 10:28)!

Reflexión

Sedequías quería Tu ayuda cuando la situación empeoró, pero se negó a confesar y dejar de lado su pecado. ¿Describe mi vida la frase “obediencia diaria”, o vivo solo para mí mismo, corriendo hacia Ti para pedir ayuda cuando los problemas surgen?

Petición

Padre, no quiero ser como Sedequías. Dame el deseo de escuchar y de obedecer Tus advertencias y un corazón que se aferre a Ti por amor. ¡Que yo siempre “tema al Señor y Te sirva en verdad con todo mi corazón” (1 S 12:24)!

Agradecimiento

¡Gracias por Tu protección! Jeremías conocía el rechazo y el desprecio, pero también sabía cómo se sentía ser sacado del hoyo por Tu mano poderosa. “El eterno Dios es tu refugio, y debajo están los brazos eternos” (Dt 33:27). ¡Aleluya!

En el nombre de Jesucristo, Amén.

Versículo de Meditación: Jeremías 38:17.