Querido Padre Celestial, Alabanza Nabucodonosor dijo: “Bendito sea el Dios de Sadrac, Mesac y Abed Nego que ha enviado a Su ángel y ha librado a Sus siervos que, confiando en Él, desobedecieron la orden del rey y entregaron sus cuerpos antes de servir y adorar a ningún otro dios excepto a su Dios” (Dn 3:28). Yo digo: “¡Amén!” Te alabo hoy como el único y verdadero Dios. Solo Tú eres digno de mi alabanza— ¡Aleluya! Hoy en Tu Palabra Hoy me dijiste sobre cómo los amigos de Daniel se negaron a adorar la estatua dorada de Nabucodonosor. El sueño de la gran imagen de cuatro metales que Nabucodonosor había tenido (ve Daniel 2) había dejado una impresión duradera en él, y cuando su reino sufría bajo disturbios políticos y rebelión, decidió edificar una imagen de sí mismo. Fue de noventa pies de altura, de quince pies de anchura, y en lugar de una cabeza dorada, fue de oro desde la cabeza hasta los dedos de los pies. ¡Es claro que Nabucodonosor tenía grandes esperanzas de que su reino permaneciera (en contra de lo que habías declarado)! Luego organizó una gran ceremonia de dedicación. Todos los oficiales del imperio estuvieron allá (es probable que Sedequías también estuvo presente), y él mandó que adoraran la estatua. Su meta era hacer que ellos probaran su lealtad y su fidelidad a Babilonia. Todos se postraron con la excepción de Ananías, Misael, y Azarías, y cuando el rey dejó en claro que ellos tendrían que adorarla o perecer, con calma y con respeto le respondieron que no pudieron hacerlo—“Ciertamente nuestro Dios a quien servimos puede librarnos… pero si no lo hace… no serviremos a sus dioses” (Dn 3:17–18). ¡Me conmueve su lealtad hacia Ti! Ellos pudieran haber justificado el postrarse delante de la imagen: “Nos postraremos, pero no la adoraremos de corazón”, o “Esta vez, la adoraremos, y luego pediremos el perdón de Dios”, o “Dios entenderá por qué tenemos que obedecer a nuestro rey”. Pero no lo hicieron—siguieron obedientes a Ti a pesar de las consecuencias. También, me inspira su actitud. Proclamaron su fe en Tu poder para librarlos, pero no presumieron al decir que lo harías. Esto me enseña cómo se comporta la fe verdadera—siempre cree lo que has dicho (Ro 10:17) y se somete a lo que decides (Lc 22:42). Cuando vivo según este tipo de fe, testifico del evangelio y doy gloria a Tu Nombre (Dn 3:28). Algunos meses después, Sedequías estaba de nuevo en Jerusalén. No estaba solo—embajadores de Edom, Moab, Amón, Tiro y Sidón también estaban presentes, y estaban conspirando para una rebelión. Ordenaste que Jeremías les dijera que debían someterse bajo la autoridad de Babilonia. Si no lo hacían, usarías a Nabucodonosor para destruirlos. Esto me enseña que si aconsejo a alguien que resista su autoridad, lo que hago en verdad es “aconsejar la rebelión contra el Señor” (Jer 28:16). La única vez en que debo resistir autoridad es cuando debo obedecerte a Ti en vez de obedecer a los hombres (Hch 5:29); en cualquier otro caso, ¡la resistencia es lo mismo que la rebelión! Reflexión Tú libraste a Ananías, Misael y Azarías, pero no siempre es la decisión que tomas. Santiago, Juan Bautista, Esteban, Pablo y muchos otros murieron por su fe. Necesito recordar que siempre eres bueno, incluso cuando me permitas sufrir, y aunque mi cuerpo esté herido, ¡mi alma está segura en Ti! (Lc 12:4–5). Petición Padre, ¡dame la fe de Ananías, Misael, y Azarías! Ayúdame a permanecer firme aun ante la muerte misma, y seguir leal a Ti venga lo que venga. Agradecimiento Gracias por el testimonio de los tres amigos de Daniel. Por la fe, estando muertos, ¡todavía hablan! (He 11:4). ¡Te alabo, Señor! En el nombre de Jesucristo, Amén. Versículo de Meditación: Daniel 3:17–18. |