Querido Padre Celestial, Alabanza Tú eres mi fuerza y mi fortaleza, mi refugio en el día de angustia (Jer 16:19). Te escucharé cuando hablas y prestaré atención, obedeciendo lo que mandas (Jer 13:15). Mi deseo es aferrarme a Ti por amor, y hacer que Tu Nombre sea honrado y alabado. Tú dijiste: “Den gloria al Señor su Dios”—digo: “¡Amén!” Hoy en Tu Palabra Hoy me relataste algunas de las profecías de Jeremías a Judá durante los años finales del reinado de Josías (c. 620–609 ac). Josías mandó que el pueblo guardara Tu pacto, y la mayoría de ellos cumplió con sus deseos, obedeciendo Tu Ley (2 Cr 34:33). Sin embargo, aunque no se practicaba la idolatría públicamente, los corazones del pueblo no permanecieron fieles a Ti. Aunque los ídolos fueron destruidos, su deseo de andar en pos de otros dioses no fue apagado. El celo de las reformas religiosas de Josías se enfrió en la siguiente década, pero Jeremías todavía advirtió al pueblo del juicio y del cautiverio que venían. Él comenzó por comparar Judá con un cinturón—una de las piezas más íntimas del vestuario, una estrechamente apegada al cuerpo. Él dijo que Judá, como un cinturón, algún día había estado cerca de Ti. Querías que ellos fueran Tu pueblo y que sus vidas trajeran alabanza y gloria a Tu Nombre. Pero se negaron a escucharte—habían llegado a ser despreciables, exactamente como el cinturón que Jeremías había escondido al lado del río. Por eso, enviaste dificultad a la tierra en forma de una gran sequía que hizo que el suelo se agrietara (Jer 14). En lugar de arrepentirse, el pueblo endureció sus corazones y escucharon a los falsos profetas que les prometían que todo estaría bien. Jeremías pidió Tu misericordia, pero le mandaste que dejara de orar por ellos—“Aunque Moisés y Samuel se presentaran ante Mí, Mi corazón no estaría con este pueblo” (Jer 15:1). Tu compasión se agotó, y Te cansaste de darles Tu misericordia. Como es lógico, Jeremías empezó a sentir lástima de sí mismo. Se había hecho el punto focal de la rebelión del pueblo contra Ti, y estaba lleno de enojo y dolor. Le reprochaste, y le mandaste que no permitiera ser influenciado por el pueblo—tal vez se volviera a él, pero él no tenía permiso Tuyo para volverse a ellos. También prohibiste que Jeremías se casara—si se hubiera casado, su mujer y sus niños perecerían en la destrucción venidera de Judá. Sin embargo, en medio de la expresión de Tu ira, miraste adelante a una hora futura de restauración—un día cuando todas las naciones Te reconocerán como su Señor (Jer 16:19–21). Reflexión Jeremías me da un ejemplo de cómo un profeta puede ser influenciado a veces por su audiencia. ¿Estoy dejando que el mundo me conforme a su molde, o sigo fiel a Ti, firme como una muralla de bronce? Petición Padre, dame la fuerza que le otorgaste a Jeremías—ayúdame a vencer el mal con el bien. Agradecimiento ¡Gracias por la promesa de que estarás conmigo y que me salvarás (Jer 15:20b)! En el nombre de Jesucristo, Amén. Versículo de Meditación: Jeremías 15:19. |