Querido Padre Celestial, Alabanza Tú dijiste: “Cuando Israel era niño, Yo lo amé, y de Egipto llamé a Mi hijo” (Os 11:1). Lo tomaste en Tus brazos y le enseñaste a andar. Lo guiaste con cuerdas de bondad y de amor; le quitaste el yugo de esclavitud de su cuello y le diste de comer. Y cuando se apartó de Ti, Tú lo seguías amando y lo llamaste a regresar a casa. Te alabo, Señor, por amor como este. Hoy Te adoro, y Te exalto. Hoy en Tu Palabra Hoy me compartiste sobre la conclusión de la profecía de Oseas a Israel. Oseas siguió exponiendo el pudrimiento espiritual que se encontraba en el reino del norte. Durante el reinado de Jeroboam II el pueblo de Israel había prosperado—“Israel es un viñedo frondoso, dando fruto para sí mismo”. Pero entre más se enriquecía Israel, “así multiplicaba los altares, cuanto más rica era su tierra, más hermosos hacían sus pilares sagrados” (Os 10:1). El pueblo de Israel tomó la prosperidad que Tú le habías concedido y la usó para ir tras otros dioses. En vez de segar justicia “araron iniquidad”. En lugar de una cosecha de amor, “comieron fruta de mentira” ¿Cuál pues era la solución? “Rompan la tierra para sembrar, porque es tiempo de buscar al Señor hasta que venga a enseñarles justicia” (Os 10:12–13). TTú querías, más que nada, hacerle un bien a Tu pueblo. Incluso, cuando pensabas en la espada de juicio que caería sobre Israel, Tú llorabas: “¿Cómo podré abandonarte, Efraín? ¿Cómo podré entregarte, Israel? ¿Cómo podré Yo hacerte como a Adma? ¿Cómo podré tratarte como a Zeboim? Mi corazón se conmueve dentro de Mí, se enciende toda Mi compasión” (Os 11:8). Las ciudades de Adma y Zeboim fueron destruidas por tu ira, junto con Sodoma y Gomorra (Dt 29:23). Odiabas pensar en traer tal juicio devastador sobre Tu pueblo. Era cierto que los castigarías pero no los destruirías completamente. Llegaría el tiempo en que Tú ibas a “rugir como león”. Tus hijos “vendrían temblando desde el occidente” y “los establecerías en sus casas” (Os 11:10–11). ¡Te alabo, Señor! El último versículo de este libro sirve como epílogo para toda la profecía de Oseas: “Quien es sabio, que entienda estas cosas; quien es prudente, que las comprenda. Porque rectos son los caminos del Señor, y los justos andarán por ellos; pero los transgresores tropezarán en ellos” (Os 14:9). Esto me enseña que Tú quieres que yo aprenda tres lecciones del libro de Oseas. Primeramente, Tus “caminos” son los caminos “correctos”. En segundo lugar, si soy sabio y tengo discernimiento, voy a andar en Tus caminos y obedeceré Tus mandamientos. En tercer lugar, si soy necio e imprudente, voy a rechazar Tus caminos e ignorar Tus mandamientos. Al hacer esto, Tus mandamientos serán tropiezo para mí y caeré en mi propia destrucción. Reflexión Tú dijiste: “Cuando comían sus pastos, se saciaron, y al estar saciados, se ensoberbeció su corazón; por tanto, se olvidaron de Mí” (Os 13:6). ¿Estoy cuidadosamente resistiendo el orgullo que viene con la prosperidad? Petición Padre, Tu corazón queda al descubierto en el libro de Oseas y puedo ver la profundidad de Tu amor y de Tu compasión para mí. Ayúdame a corresponder a ese amor con todo mi corazón. ¡Que yo nunca me vaya a olvidar de Ti! Agradecimiento ¡Toda la gloria al Dios que dijo: “Vuelve, oh Israel, al Señor tu Dios”! ¡Todo el agradecimiento al Dios que dijo: “Yo sanaré su apostasía, los amaré generosamente”! (Os 14:1, 4). ¡Aleluya! En el nombre de Jesucristo, Amén. Versículo de Meditación: Oseas 14:9. |