Querido Padre Celestial,

Alabanza

Jesús dijo: “Dejen que los niños vengan a Mí; no se lo impidan, porque de los que son como éstos es el reino de Dios” (Mr 10:14). Te alabo hoy por ser el Dios que siempre les da la bienvenida a los niños que quieren entrar en Tu Reino. A Ti, Te encanta cómo reciben Tu gracia con la sencillez de fe y de confianza, y me llamas a imitar su completa dependencia de Ti. Sirvo a un Dios que Le encanta tomar a los niños en Sus brazos y bendecirlos. ¡Aleluya!

Hoy en Tu Palabra

Hoy me dijiste sobre el joven rico. Vino a Jesús corriendo, se arrodilló delante de Él, y Le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” Su pregunta mostró que él creía que la vida eterna se podría obtener por lo que hacía, y a él, le interesaba mucho saber cuál cosa sería tan buena que aseguraría su entrada en el Reino. Jesús, fijándose en la palabra “bueno”, le hizo una pregunta: “¿Por qué Me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo uno, Dios”. Jesús intentaba ayudarle a entender que la bondad no es algo que se logra por un esfuerzo de la voluntad. Solo viene de estar unido con la fuente de bondad: Dios. Si el hombre verdaderamente creía la implicación de sus palabras, si realmente creía que Jesús era Dios, entonces desearía ser un discípulo de Jesús. Pero el joven no entendió lo que decía Jesús, y por eso, Él siguió hablando en términos de lo que al joven le fascinaba. “qué haré”. Jesús le mandó que “guardara los mandamientos” y nombró los que tienen que ver con las relaciones con los demás. Concluyó con una declaración a manera de resumen: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19:18). Jesús usó la ley deliberadamente para recordar al joven de la importancia del amor, pero todavía estaba demasiado ensimismado para entender lo que decía. El joven descartó las palabras de Jesús: “Todo esto lo he guardado. ¿Qué me falta?” Jesús, mirándolo con amor, le mandó que diera sus posesiones a los pobres y “entonces, vienes y Me sigues”. Esta última orden golpeó en el corazón del asunto, porque el joven rico amaba sus posesiones más que a Ti. Se fue triste, reacio a dejar sus riquezas y a seguirte con la fe y el amor sencillo de un niño. Los discípulos se asombraron, porque creían que el joven rico era el candidato ideal para el Reino. A lo menos, fue mucho mejor que los niños que Jesús había estado tan ansioso por bendecir. Necesitaban aprender (como yo también debo aprender) que no Te importa lo que tenemos, sino lo que damos, porque “muchos primeros serán últimos, y los últimos, primeros” (Mr 10:31).

Reflexión

Admito que me encuentro compadeciéndome de los trabajadores que habían “soportado el peso y el calor abrasador del día”—no me parece justo. Sin embargo, esta parábola sirve para recordarme que entro en Tu Reino solo por medio de Tu misericordia y de Tu gracia, y nunca mereceré tal entrada por lo que hago por Ti.

Petición

Padre, dame un amor por Ti que supere cualquier otra clase de amor. Protege mi corazón de cualquier cosa que tome la posición suprema y correcta en mi vida que Te pertenece a Ti. ¡Que yo siempre Te ponga a Ti y a Tu Reino en primer lugar!

Agradecimiento

Gracias por amar al joven rico tanto que estabas dispuesto a confrontarlo por su falta de amor por Ti. Yo sé que me amas igualmente, y doy la bienvenida a Tu mirada penetrante y quiero que escudriñes mi corazón. ¡Nunca permitas que yo deje la senda recta y estrecha que lleva a la vida eterna y a la paz!

En el nombre de Jesucristo, Amén.

Versículo de Meditación: Mateo 20:15.