Querido Padre Celestial,

Alabanza

Jesús les dijo a Sus discípulos: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo” (Lc 10:18). Te alabo hoy como el Dios que enviaste a Tu Hijo al mundo para “para destruir las obras del diablo” (1 Jn 3:8). El ministerio de Jesús abrió el Reino de Dios en la tierra, y Su obra anunció la destrucción de Satanás y su dominio. Gracias, Señor, por romper las cadenas de pecado en mi propia vida. ¡Aleluya!

Hoy en Tu Palabra

Hoy me dijiste cómo Jesús envió a setenta de Sus discípulos para predicar en las aldeas que iba a visitar pronto. Sus instrucciones me muestran que los que trabajan en la cosecha deben: a) pedir que Tú envíes a más obreros para ayudar en la cosecha, b) darse cuenta de que entran en el territorio del enemigo, c) depender de Ti para satisfacer sus necesidades, d) permitir que los otros creyentes los apoyen, e) evitar los lugares en que han sido rechazados, y f) trabajar con diligencia en los lugares que les dan la bienvenida. Al regresar, los discípulos le dijeron a Jesús con entusiasmo que “¡hasta los demonios se nos sujetan en Tu nombre!” Me fascinó la reacción de Jesús. En lugar de preguntarles cuántos habían creído o cuántos demonios habían sido expulsados, Él les dijo que deberían regocijarse en su identidad, no en su actividad. Esto me enseña que quién soy en Cristo es más importante que cualquier éxito que tenga en mi ministerio (Lc 10:20). El éxito no tiene que ver ni con cantidad ni con poder, sino con obedecer fielmente al Uno que me ha llamado para trabajar en Su reino. La conversación que tuvo Jesús con el abogado que vino para probarlo me muestra varias cosas importantes: 1) la Ley se puede resumir en dos mandatos: amar a Dios y amar a los demás (Mt 22:40); 2) saber lo correcto no es suficiente; también debo hacer lo correcto (Lc 10:28); 3) la Ley tiene más que ver con demostrar el amor que con la observancia estricta de las leyes (Lc 10:31); 4) ser un prójimo tiene que ver con amar a otros, en vez de marcar los linderos; al darme cuenta de que alguien tiene necesidad, debo tomar medidas para ayudarlo (Lc 10:37). Jesús acostumbraba a pasar tiempo en oración, y un día los discípulos le pidieron que les enseñara cómo orar. La oración que les enseñó era simple y directa. No era larga, porque Tú no necesitas escuchar algún monólogo prolongado, y no era difícil, porque no quieres mi lenguaje más florido. Al contrario, tenía que ver con honrarte, poner Tu reino en primera posición, depender de Ti para las necesidades cotidianas, buscar Tu gracia para poder resistir la tentación, y perdonar a otros así como me has perdonado. Esto me enseña que un discípulo debe ocuparse de las mismas cosas con que su maestro se ocupa. Más que nada, intenta ser fiel a su llamamiento. Jesús siguió, diciendo que Tu carácter debe informar y dirigir mis oraciones. Debo pedir Tu ayuda con paciencia y con persistencia, porque estás ansioso por satisfacer mis necesidades. También eres el que envía toda dádiva buena. Por eso, debo orar con agradecimiento, sabiendo que ya me has dado el don mejor— ¡Tu Espíritu Santo!

Reflexión

Jesús dijo: “Marta, Marta, tú estás preocupada y molesta por tantas cosas; pero una sola cosa es necesaria” ¿Estoy tan preocupado por los afanes de esta vida que me falta lo que es más importante?

Petición

Padre, dame un corazón que desee amarte y servirte más que a nada. Ayúdame a amar a mi vecino como me amo a mí mismo y buscar su bien supremo. Que yo siempre obedezca lo que manda Jesús: “Ve y haz tú lo mismo”.

Agradecimiento

Gracias por revelarme la verdad gloriosa de Tu Hijo, Jesucristo (Lc 10:21). Él es mi Maestro, mi Mesías, mi Salvador, y mi Dios. ¡En Él, reside corporalmente toda la plenitud de la Deidad! (Col 2:9)

En el nombre de Jesucristo, Amén.

Versículo de Meditación: Lucas 11:32.