Querido Padre Celestial,

Alabanza

Al escribir a las iglesias sobre la transfiguración, Pedro dijo que Jesús “recibió honor y gloria de Dios Padre” (2 P 1:17). Junto con él, quiero dar gloria a Tu Hijo, Jesucristo. Él es el pan de vida y el Príncipe de Paz. Él es la luz del mundo y la cabeza del cuerpo que es la iglesia. ¡Él es mi Maestro, mi Redentor, mi Salvador, y mi Rey! ¡Toda la alabanza sea para el Cordero de Dios! ¡Aleluya!

Hoy en Tu Palabra

Hoy me dijiste acerca de la transfiguración de Jesús. Lo que Pedro había declarado por fe, los tres discípulos vieron con sus propios ojos: Jesús era el Cristo, el Hijo del Dios viviente (Mt 16:16). La transfiguración era importante por varias razones: (1) cumplió la profecía de Jesús de que “hay algunos de los que están aquí que no probarán la muerte hasta que vean al Hijo del Hombre venir en Su reino” (Mt 16:28); (2) fue la única visión de la apariencia divina de Jesús durante Su ministerio en la tierra, y fue vista por tres hombres que después proclamaron haber sido “testigos oculares de Su majestad” (2 P 1:16; Dt 17:6); (3) mostró la posición superior de Jesús sobre Moisés (la Ley) y sobre Elías (los profetas); (4) probó que Jesús es Tu Portavoz final y superior (He 1:1–2), porque en Él culminó y se cumplió todo lo que había venido antes (Mt 5:17). Aunque hay muchos grandes temas teológicos y cristológicos en la Transfiguración, también hay un énfasis fuerte en el discipular. Tú dijiste a los discípulos: “Este es Mi Hijo, Mi Escogido; ¡oigan a Él!” (Lc 9:35). La revelación de Jesús como Tu Hijo significa que Le debo mi atención, mi fidelidad y mi obediencia. ¡Los que tienen el privilegio de escuchar las palabras de Jesús deben obedecerlas! (He 2:2–3; 10:28–29). Al bajar del monte, Jesús, Pedro, Jacobo y Juan, vieron a los otros discípulos que discutían con algunos escribas que se mofaban de ellos por su incapacidad para expulsar un demonio. Al darse cuenta de lo que sucedía, Jesús se enfadó: “¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos?” (Mt 17:17). Esto fue obviamente una reprensión para el pueblo, porque no fue la única ocasión en que su incredulidad había estorbado la obra del Espíritu (v. Mr 6:5–6). El padre del niño también tenía culpa, pero después de que Jesús sacó a la luz su falta de fe, él pidió Su ayuda: “Creo; ayúdame en mi incredulidad”. Su actitud me enseña cómo aceptar la corrección con un espíritu humilde y cómo ponerme en Tus manos de misericordia y de gracia. Jesús expulsó el demonio. Luego los discípulos vinieron a Él en privado para preguntarle en qué manera habían fracasado, porque antes de ese momento, habían tenido éxito al expulsar demonios (Mr 6:7, 13). La respuesta de Jesús fue sobre la necesidad de tener más fe y más oración, y esto me enseña que no debo darme por vencido ante las dificultades. Los discípulos esperaban que el demonio fuera expulsado inmediatamente, y cuando no salió, ellos titubearon. Necesitaban aprender la importancia de seguir en fe y pedir Tu poder en oración. Si lo hacían, su fe, como una minúscula semilla de mostaza, crecería y se convertiría en un gran árbol, y por medio de ella, ellos podrían hacer grandes hazañas por Ti.

Reflexión

La buena disposición de Jesús de pagar el impuesto del templo mostró Su amor por los demás, porque Él no quería provocar que tropezaran. ¿Amo a los demás al limitar mi libertad? ¿Me importa cómo mis acciones afecten su fe?

Petición

Padre, ayúdame a “prestar mucha mayor atención” a lo que he oído, no sea que me desvíe (He 2:1). Que yo siempre obedezca las palabras de Tu Hijo y escuche solo Su voz (Jn 10:27).

Agradecimiento

Gracias por el testimonio que dieron Pedro, Santiago, y Juan sobre la divinidad de Jesucristo. Por medio de ellos, ¡yo también doy testimonio a la majestad y a la gloria de Tu Hijo!

En el nombre de Jesucristo, Amén.

Versículo de Meditación: Lucas 9:35.