Querido Padre Celestial,

Alabanza

Desde las ruinas humeantes de Jerusalén, el salmista alzó los ojos a los cielos y proclamó: “Con todo, Dios es mi rey desde la antigüedad, el que hace obras de salvación en medio de la tierra. Tú dividiste el mar con Tu poder; quebraste las cabezas de los monstruos en las aguas. Tuyo es el día, Tuya es también la noche; Tú has preparado la lumbrera y el sol” (Sal 74:12–13, 16). Pase lo que pase en mi vida, ¡he tomado la decisión de regocijarme en Tu majestad y gloriarme en Tu poder! “¡Todo lo que respira alabe a Jehová!” ¡Aleluya!

Hoy en Tu Palabra

Hoy me dijiste sobre lo que le ocurrió a Jeremías justo después de la caída de Jerusalén. El rey mismo, Nabucodonosor, envió palabra a su capitán de la guardia ordenándole: “No le hagas daño alguno [a Jeremías]; sino que harás con él conforme a lo que él mismo te diga” (Jer 39:12). Sin duda, Nabucodonosor había tenido noticias del ministerio de Jeremías en Jerusalén—que el profeta había predicho la victoria de Babilonia sobre Judá y sobre las otras naciones, y que les había instado a Sedequías y a los jefes a que se sometieran al imperio babilónico, y que había sufrido mucho a manos de su propio pueblo. Sin embargo, el trato amable con Jeremías en realidad se debía a Tu promesa: “‘Contigo estoy para librarte,’ declara el Señor” (Jer 1:8, 19). Sacó a Jeremías del cuartel de la guardia y lo puso bajo cuidado de Gedalías. El padre de Gedalías, Ahicam, había salvado la vida a Jeremías hacía veinte años (Jer 26:24), ¡y su abuelo Safán había sido el escriba del rey Josías (2 R 22:3)! Esto me muestra que Tú cuidas de los que fielmente siguen Tu voluntad, e incluso en medio de la destrucción, puedes protegerme y aun hacer que yo prospere. La lectura de hoy contiene dos salmos de Asaf que hablan sobre la devastación de Jerusalén. El primero, el salmo 74, comienza haciendo la pregunta: “Oh Dios, ¿por qué nos has rechazado para siempre?” El autor continuó con descripciones conmovedoras de la destrucción de Tu ciudad, que alguna vez fue bellísima. Sin embargo, no se desesperó—en lugar de eso, habló de Tus hazañas pasadas y el poder de Tus acciones creativas. Concluyó su salmo pidiéndote que Tú Te vengaras del enemigo por lo que habían hecho y que reivindicaras a Tu pueblo. Este salmo me enseña que es apropiado hacerte una petición basada en Tu carácter y en Tu pacto. Nunca debo desesperarme; sino debo meditar sobre Tu promesa y Tu poder. El segundo, el salmo 79, comienza declarando que las naciones habían profanado Tu santo templo—“han dejado a Jerusalén en ruinas” (Sal 79:1). Entonces el autor Te suplicó que les ayudaras, diciendo: “Ayúdanos oh Dios de nuestra salvación, por la gloria de Tu nombre; líbranos y perdona nuestros pecados por amor de Tu nombre” (Sal 79:9). Este salmo me enseña que Tus juicios tienen el propósito de llevarme a Tu lado. Debo correr hacia Ti, pedir Tu perdón, entonces podré pedir que me restaures y reanimes. En ese momento, podré alabar Tu Nombre (v. 13).

Reflexión

Desde mi perspectiva finita y limitada, parece que a veces Te tardas en interceder por mí (v. Sal 74:1). Pero yo sé que la verdad es que Tú siempre eliges y vienes en el momento perfecto. ¿Estoy calmando mi alma delante de Ti, esperando con paciencia el momento en que Tú satisfarás mis necesidades?

Petición

Padre, ¡no puedo más que sonreír cuando considero que Tú usaste a Nabucodonosor para rescatar al pobre Jeremías! Cuando me preocupe sobre el futuro, recuérdame de cómo cuidaste del profeta “llorón”.

Agradecimiento

Gracias por darme estos salmos de Asaf que me enseñan cómo convertir desesperanza en esperanza y tragedia en alabanza. Verdaderamente, ¡Tú eres el Dios de mi salvación! ¡Te alabo, Señor!

En el nombre de Jesucristo, Amén.

Versículo de Meditación: Salmo 74:22.