Querido Padre Celestial,

Alabanza

Proclamaste a Jerusalén: “Pondré Mi celo contra ti, y te tratarán [los babilonios] con furor” (Ez 23:25). Te alabo hoy por ser un Dios celoso—el Dios que apasionadamente desea tener todo mi amor y toda mi lealtad. Eres celoso y vengador—“El Señor se venga de Sus adversarios y guarda rencor a Sus enemigos” (Nah 1:2). Toda la alabanza sea para Ti, Señor, ¡el “fuego consumidor”(Dt 4:24)! ¡Aleluya!

Hoy en Tu Palabra

Hoy me relataste más de la profecía de Ezequiel para los desterrados en Babilonia. El pueblo todavía no estaba convencido de que Tú cortarías de Jerusalén, Tu santa ciudad, a toda persona. Después de todo, la ciudad ya había experimentado dos deportaciones (604 y 597 ac), y todavía habían jefes, sacerdotes y profetas en ella. Creían que, por la presencia de algunos santos aunque fueran pocos, la ciudad nunca llegaría a estar vacía y desolada. Como respuesta Tuya, mandaste que Ezequiel profetizara contra Jerusalén. Tu espada flameante sería sacada de su vaina y cortaría de Jerusalén “al justo y al impío” (Ez 21:2–4). Los santos que todavía quedaban en ella no podían salvar la ciudad de Tu espada vengadora. Ellos, como Daniel y Ezequiel, serían quitados de Jerusalén, y la ciudad sería abandonada y yacería solitaria (Lm 1:1). Esto me enseña que viene un momento cuando los pecados de una ciudad o los de una nación deben ser castigados, y los santos no pueden frenar la venida de Tu juicio. ¡Qué importante es ser sal y luz cuando todavía existen las oportunidades! Enseguida Ezequiel hizo una lista de todos los pecados de la “ciudad sanguinaria” (Ez 22:2). La idolatría no era el único pecado que llamaría Tu espada vengadora—el pueblo estaba lleno de homicidas, adúlteros, y ladrones. Profanaban Tus días de reposo y oprimían a las viudas y a los huérfanos. Despreciaban a los padres y cometían toda clase de inmoralidad sexual. Los sacerdotes habían hecho violencia a Tu ley, los profetas habían mentido en Tu Nombre, y los jefes habían matado para ganar más riquezas. Tú dijiste: “‘Busqué entre ellos alguien que levantara un muro y se pusiera en pie en la brecha delante de Mí a favor de la tierra, para que Yo no la destruyera, pero no lo hallé. He derramado, pues, Mi indignación sobre ellos; con el fuego de Mi furor los he consumido; he hecho recaer su conducta sobre sus cabezas,’ declara el Señor Dios” (Ez 22:30–31). Esto me enseña que hay ocasiones en que un líder fuerte y santo puede desviar una ciudad o una nación del camino de destrucción. ¡Que yo siempre sea esa clase de líder en mi propio ámbito de influencia! Ezequiel concluyó la lectura de hoy al relatar la historia de Aholá (Samaria) y Aholibá (Jerusalén), dos ciudades hermanas que “se prostituyeron en su juventud”. Tu descripción detallada de su maldad me enseña que la idolatría es como el adulterio. Cuando adoro a otro dios en Tu lugar, me prostituyo espiritualmente, y cuando me uno con los impíos, cometo adulterio espiritual (Ez 23:14–17). ¡Debo esforzarme por nunca unir a Cristo con Belial (2 Co 6:14–15)!

Reflexión

Ezequiel 23 se confronta sobre la gravedad del pecado. Spurgeon, el pastor británico, dijo: “Cuando los hombres hablan de un infierno “pequeño”, es porque creen que tienen solo un pecado “pequeño” y un Salvador “pequeño”. Pero cuando se entiende la gravedad tan grande del pecado, tendrás necesidad de un Gran Salvador, y sabrás que ni Lo tienes, ¡caerás hacia una gran destrucción y sufrirás bajo un gran castigo en las manos del Gran Dios!” (1892). Yo digo: “¡Amén!”

Petición

Padre, por favor nunca permitas que el canto de sirena del pecado me lleve hasta la complacencia. Protégeme de las tentaciones del enemigo, ¡y guárdame cerca de Tu corazón!

Agradecimiento

Gracias por recordarme que el pecado es tan feo y repugnante. ¡Que yo siempre resista su llamada seductora!

En el nombre de Jesucristo, Amén.

Versículo de Meditación: Ezequiel 22:30.