Querido Padre Celestial,

Alabanza

Dijiste a Jeremías que el corazón pecaminoso era “más engañoso que todo, es el corazón, y sin remedio; ¿quién lo comprenderá?” (Jer 17:9). Sin embargo, ¡lo que es imposible para los hombres es posible para Ti! (Mr 10:27) Aunque mis pecados eran como la grana, como la nieve son emblanquecidos; aunque eran como el carmesí, han venido a ser como blanca lana (Is 1:18 RV60). ¡El Cordero que fue inmolado es digno! ¡Aleluya!

Hoy en Tu Palabra

Hoy me dijiste sobre las últimas profecías que Jeremías dio durante el reinado del rey Josías. El pueblo había prometido guardar Tu pacto (2 R 23:3), pero estaban desobedeciendo uno de los mandatos más fundamentales—“Acuérdate del día de reposo para santificarlo” (Ex 20:8). Jeremías les advirtió que si ellos no Te obedecían, un fuego destruiría las puertas y los palacios de Jerusalén. Esto me muestra la importancia de santificar Tu día de reposo. Cuando me niego a trabajar los domingos, estoy santificando el día como Tuyo y mostrando a los demás que honro Tus mandatos. No pasó mucho tiempo antes de que el pueblo se cansara de escuchar a Jeremías diciéndoles que Jerusalén sería destruida. Discutieron con él, insistiendo en que Tú habías prometido establecer a Judá, entonces la ciudad no podía ser destruida. Enviaste a Jeremías a la casa del alfarero y le mostraste que Tus promesas eran condicionales—dependían de las acciones de Tu pueblo. El pecado podía causar que no dieras prosperidad a una nación, mientras que el arrepentimiento podía hacer que Tú no destruyeras una nación (Jer 18:7–10). Esto me enseña que mi relación contigo depende de cómo respondo yo ante Tu gracia. Si no perdonaste a Tu pueblo escogido cuando ellos Te rechazaron, no escaparé si descuido una salvación tan grande, proveída por medio de la sangre preciosa de Tu Hijo (Heb 2:1–3). La lección objetiva de la vasija rota—“De igual manera romperé Yo a este pueblo y a esta ciudad, como quien rompe una vasija de alfarero”—esa fue la gota que derramó el vaso para Pasur el sacerdote. Prendió a Jeremías, lo azotó, e hizo que pasara una noche en el cepo. Jeremías se sintió muy humillado por la experiencia y se quejó amargamente ante Ti—“He sido el hazmerreír cada día; todos se burlan de mí. ¡Maldito el día en que nací!” (Jer 20:7, 14) Esto me enseña que no debe sorprenderme que sea perseguido por proclamar a los demás la verdad de Tu Palabra. Necesito recordar que el éxito se halla en la obediencia a Ti, y no depende de las reacciones de mi audiencia.

Reflexión

Jeremías hacía bien al llevarte a Ti su enojo y su frustración, pero me pregunto cómo pudieron haber sido las cosas si él había pasado la noche cantando himnos a Ti (v. Hch 16:22–26).

Petición

Padre, que yo nunca me avergüence del evangelio de Jesucristo. Si Jeremías podía seguir fiel en proclamar las malas noticias, ¿cómo puedo ser menos fiel en proclamar las buenas noticias? ¡Dame la fuerza y el valor para permanecer firme en ser testigo de Ti!

Agradecimiento

¡Gracias por mostrarme que estarás conmigo exactamente como estabas con Jeremías!

En el nombre de Jesucristo, Amén.

Versículo de Meditación: Jeremías 17:7–8.