Querido Padre Celestial,

Alabanza

No hay nadie como Tú, oh Señor—grande eres Tú, y grande es Tu Nombre en poderío. Eres el Dios verdadero y vivo y el Rey eterno. Ante Tu enojo tiembla la tierra, y las naciones son impotentes ante Tu indignación. Hiciste la tierra con Tu poder y con Tu inteligencia extendiste los cielos (Jer 10:6, 10, 12). ¡Te adoro hoy, y alabo Tu Nombre! ¡Toda la gloria y toda la honra sean para al Rey de reyes!

Hoy en Tu Palabra

Hoy me dijiste más sobre el ministerio de Jeremías como Tu “profeta a las naciones” (Jer 1:5). Mandaste a Jeremías que se pusiera de pie en la puerta del Templo y que condenara al pueblo por su pecado. “¿Robarán, matarán, cometerán adulterio, jurarán falsamente, ofrecerán sacrificios a Baal y andarán en pos de otros dioses que no habían conocido? ¿Y vendrán luego y se pondrán delante de Mí en esta casa, que es llamada por Mi Nombre, y dirán: ‘Ya estamos salvos’; para después seguir haciendo todas estas abominaciones?” (Jer 7:9–10). Esto me enseña que tener la apariencia de piedad no es siempre cómo parece: mucha gente sigue haciendo ‘cosas religiosas’ por mucho tiempo después de que sus corazones se han desviado de Tus caminos. Jesús recordó las palabras de Jeremías cuando limpió el templo 600 años después: “‘¿Se ha convertido esta casa, que es llamada por Mi Nombre, en cueva de ladrones delante de sus ojos? Yo mismo lo he visto’”, declara el Señor” (Jer 7:11; v. Mt 21:13). El día de juicio para Judá se acercaba rápidamente, y no podía echarle la culpa a nadie más que a sí mismo. Más frustrante era que no creían que Tú los destruirías. Dijo cosas como: “Este es el templo del SEÑOR (es decir, Él nunca permitirá que sea destruido). Somos sabios, y la ley del Señor está con nosotros. ¡Paz, paz!” (Jer 7:4; 8:8, 11). Jeremías intentó romper estas mentiras, pero nada de lo que dijo los persuadió. Pero Tú no los diste por perdidos—seguiste enviando a Jeremías para advertirles. Esto me enseña que Tú eres sumamente paciente y fiel. Harás todo lo que puedas para estorbar a los que se lanzan al infierno preparado para el diablo, y cuando nada de lo que dices les convence, Te duele mucho su destino: “¡Oh, si mi cabeza se hiciese aguas, y mis ojos fuentes de lágrimas, para que llore día y noche los muertos de la hija de mi pueblo!” (Jer 9:1). Esto me muestra que sentir pena es la respuesta piadosa a la terquedad del corazón del hombre. ¡Ojalá que yo nunca Te cause tal dolor!

Reflexión

El pueblo de Judá creía que podía escapar a las consecuencias de su pecado por ser Tu pueblo escogido. ¿Creo yo que, por ser cristiano, puedo pecar sin sufrir las consecuencias? Necesito tener en cuenta este versículo: “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él” (1 Jn 2:4 RV60).

Petición

“Yo sé, oh Señor, que no depende del hombre su camino, ni de quien anda el dirigir sus pasos. Repréndeme, oh Señor, pero con justicia, no con Tu ira, no sea que me reduzcas a nada” (Jer 10:23–24).

Agradecimiento

¡Gracias por Tu Palabra preciosa! Me glorío en esto, que Te entiendo y que Te conozco. Tú, Señor, haces misericordia, derecho y justicia en la tierra, ¡porque en estas cosas Te complaces! (Jer 9:23–24).

En el nombre de Jesucristo, Amén.

Versículo de Meditación: Jeremías 7:23.