Querido Padre Celestial,

Alabanza

Le dijiste a Isaías: “Estaba listo para responder, pero nadie me pedía ayuda; estaba listo para dejarme encontrar, pero nadie me buscaba. “¡Aquí estoy, aquí estoy!”, dije a una nación que no invocaba mi nombre” (Is 65:1 NTV). ¡Qué cuadro tan bello de Tu paciente gracia! Te alabo hoy por Tu misericordia— ¡Aleluya!

Hoy en Tu Palabra

Hoy me dijiste la conmovedora conclusión de la profecía de Isaías para Judá. Comenzó por describir la gloria que será característica de la Jerusalén milenaria (Is 60–62). Tu luz brillará sobre Israel, y las naciones del mundo serán atraídas a esa luz. Llevarán los judíos de la diáspora a la tierra, y derramarán grandes riquezas sobre Tu pueblo. Llamaste a Israel para ser una luz para las naciones, y en el Milenio, este gran propósito Tuyo se realizará. Esta revelación me inspira a ser una “Jerusalén” en miniatura—es decir, una luz brillante en un mundo de tinieblas y perversión. Cuando difundo Tu evangelio y llevo a otros a Cristo, ¡estoy preparando sus corazones para la venida de Tu Reino glorioso! Antes de que pudiera amanecer el nuevo día de Israel, Tu Siervo tuvo que venir y cumplir Su ministerio. Cientos de años después de que profetizó Isaías, Jesús se puso de pie en una sinagoga en Nazaret y leyó Isaías 61:1–2a. Omitió cualquier referencia al “día de la venganza de nuestro Dios” (la segunda venida), y en lugar de eso, proclamó el “año favorable del Señor” (la primera venida). Tu Espíritu estuvo sobre Él, y Lo habías ungido para “traer buenas nuevas a los afligidos… para vendar a los quebrantados de corazón, para proclamar libertad a los cautivos y liberación a los prisioneros”. Cuando Él se sentó y dijo: “Hoy se ha cumplido esta Escritura en sus oídos” (Lc 4:21), ¡estaba diciendo que el día de salvación había llegado! ¡Qué maravilloso es vivir en esta época, un periodo de tiempo en el que Cristo está llamando a las naciones del mundo para ser Sus discípulos! Necesito trabajar hoy tanto como sea posible, porque la noche viene, cuando nadie puede trabajar. Isaías fue conmovido por el contraste entre la Jerusalén pecaminosa de su tiempo y la Sion santa del futuro, y ofreció una oración de lamentación e intercesión (Is 63:7–64:12). Se acordó de Tus misericordias del pasado y clamó a Ti, pidiendo Tu ayuda—“Oh, ¡si rasgaras los cielos y descendieras!” (Is 64:1) Entonces confesó los pecados de su pueblo, pidiendo Tu perdón. Su oración me enseña cómo interceder en nombre de una nación pecaminosa, y me muestra que las profecías sobre Tu Reino futuro quieren animarme a vivir hoy una vida santa delante de Ti. Tú respondiste: “Extendí Mis manos todo el día hacia un pueblo rebelde…. es un pueblo que de continuo Me provoca en Mi propio rostro” (Is 65:2–3). Nada podía librar a Judá de Tu ira en el futuro inmediato, pero no destruirías a todos—Tú honrarías a los humildes, hiriendo a los malvados. En el futuro lejano, establecerías el Reino de Tu Hijo, y todas las naciones vendrían para alabarte a Ti en Jerusalén. Como se trató de Judá, así se trata de mí— ¿escogeré la vida o la muerte? ¡Escojo la vida!

Reflexión

Cuando Isaías dijo que “todas nuestras justicias son como trapo de inmundicia” (Is 64:6), estaba hablando de los sacrificios y las ofrendas dadas por un pueblo cuyo corazón era pecaminoso y corrupto (v. Is 1:10–15). ¿Vienen las exhibiciones externas de mi piedad de un corazón recto ante Ti?

Petición

Padre, ayúdame a seguir los pasos de Tu Siervo Sufriente y trabajar fielmente por Ti. Que se pueda decir de mí: “¡Siguió a Dios con todo su corazón!”

Agradecimiento

¡Espero con un espíritu agradecido “los cielos nuevos” y “la tierra nueva”! ¡Te alabo, Señor!

En el nombre de Jesucristo, Amén.

Versículo de Meditación: Isaías 66:12.