Querido Padre Celestial,

Alabanza

¡Tú eres mi fuerte Libertador! Eres Tú, “el que secó el mar, las aguas del gran abismo; el que transformó en camino las profundidades del mar para que pasaran los redimidos”. Eres Tú, el “que extendió los cielos y puso los cimientos de la tierra”. No debo tener miedo, porque Tú estás conmigo. Entraré “en Sion con gritos de júbilo”, y espero el gozo permanente que viene con estar en Tu presencia para siempre (Is 51:9–13).

Hoy en Tu Palabra

En el “Libro de la Consolación”, Isaías reveló que Tú redimirías a Israel de su cautividad en Babilonia (en el momento en que se escribió este libro, todavía era futura), por medio de uno de Tus siervos, Ciro el Grande (Is 40–48). En la lectura de hoy, Isaías también reveló que redimirías a Israel de una cautividad mucho más grande—la esclavitud del pecado. Realizarías esta liberación mediante otro Siervo Tuyo, el Mesías. Este Siervo no solo proveería para Israel una solución al problema del pecado, sino para todo el mundo. ¿Cómo se realizaría este plan? ¡Por medio del sufrimiento y la muerte del Mesías! Él tendría un origen humilde, y no tendría aspecto hermoso ni majestad. Sería despreciado y desechado de los hombres, varón de dolores y experimentado en aflicción. Seguiría fiel a Ti aun en persecución, y dejaría que sus enemigos lo mataran. Moriría entre los impíos aunque nunca hubiera hecho violencia a nadie. Tú quisiste quebrantarlo en mi lugar, y cuando Él ofreció Su cuerpo como ofrenda por mi pecado, Su sacrificio Te agradó. Pero Tu Siervo no permanecería en la sepultura—“verá Su descendencia y prolongará sus días… Después de Su sufrimiento, verá la luz de vida y quedará satisfecho; por Su conocimiento Mi Siervo justo justificará a muchos, y cargará con las iniquidades de ellos” (Is 53:10–11 NVI). Por eso, Lo exaltarás, dándole un gran galardón, porqué derramó Su alma hasta la muerte. Llevó los pecados de muchos, e intercedió por los transgresores. ¡Aleluya! ¡Que Jesucristo sea alabado para siempre!

Reflexión

Jesús ofreció su espalda a los que Lo hirieron y sus mejillas a los que Le arrancaban la barba. No escondió Su rostro de injurias y salivazos, sino que pusiste Su rostro como pedernal. Lo hizo porque Lo ayudaste, ¡y la misma gracia que capacitó a Jesucristo para perseverar hasta el fin también me puede ayudar!

Petición

Padre, anhelo ser Tu siervo y seguir los pasos de mi Salvador, Jesucristo. Ayúdame a honrar Su vida y engrandecer Su ministerio—que yo viva digno de mi llamamiento celestial.

Agradecimiento

Gracias por el don inefable de Tu Siervo Sufriente, y por la vida que Él derramó por mi pecado. ¡Me sentiré endeudado para siempre por Tu amor y Tu misericordia!

En el nombre de Jesucristo, Amén.

Versículo de Meditación: Isaías 53:4.