Querido Padre Celestial,

Alabanza

Tú reinas sobre los asuntos de los hombres, y nada existe fuera del alcance de Tu mano poderosa. Tú predijiste la destrucción del altar de Jeroboam 300 años antes de las reformas de Josías. Tú dijiste: “Yo soy Dios, y no hay ninguno como Yo, que declaro el fin desde el principio y desde la antigüedad lo que no ha sido hecho. Yo digo: ‘Mi propósito será establecido, y todo lo que quiero realizaré’” (Is 46:9–10). ¡Grande eres, Señor, y muy digno de ser alabado! ¡Aleluya!

Hoy en Tu Palabra

Hoy me dijiste sobre la división del reino. Salomón había muerto y su hijo, Roboam, viajó a Siquem para ser coronado rey de Israel. Su derecho de gobernar sobre Judá y Jerusalén era indiscutible, pero su derecho de reinar sobre las tribus norteñas era mucho menos cierto. Las políticas duras aprobadas durante los años finales de Salomón habían fomentado el resentimiento entre el pueblo, y ellos eligieron a Jeroboam, un enemigo público del rey, para que fuera su portavoz. Desde el punto de vista de Roboam, este paso político no era un indicio alentador. Sin embargo, demostró ser el hijo de su padre Salomón por pedir el consejo de los consejeros de su padre (v. Pr 11:14). Su consejo sabio era perfecto, pero sus consejeros más jóvenes, los amigos con que él se había criado, lo convencieron que el apaciguamiento sería un error. ‘¡A propósito eligieron a Jeroboam para ser su portavoz! ¡Lo mejor que puedes hacer es permanecer firme y no dejar que ellos vean en ti ninguna debilidad!’ Para Roboam, su consejo tenía sentido, y se negó a escuchar el consejo de los ancianos. Hubo un desastre, y solo una intervención divina impidió una sangrienta guerra civil. Esta historia me enseña que aunque los hombres hacen planes, Tú tienes todo el control. Cuando dices que algo sucederá, sucederá, y la respuesta apropiada es doblar mis rodillas en sumisión y “[escuchar] la palabra del Señor” (1 R 12:24). Jeroboam no perdió tiempo en fortalecer su posición en el norte. Edificó Siquem y Penuel, pero esa acción no lo sosegó. Estaba seguro que la presencia del templo en Jerusalén sería la ruina de su reino. En lugar de confiar en Ti que cumplirías Tu promesa de estar con él y edificar para él una casa perdurable, él hizo dos becerros de oro y los presentó al pueblo para que fueran los dioses de Israel. El pueblo se juntó con él en su idolatría, y este pecado terrible se hizo una piedra de tropiezo para los reyes futuros de Israel. El pecado de Jeroboam Te entristeció y enviaste a un profeta para reprenderlo por ello y maldecir su altar. En lugar de arrepentirse, Jeroboam intentó prender a Tu hombre, y solo Tu misericordia permitió que se restaurara su mano. Si a Jeroboam le quedaba alguna duda persistente sobre la gravedad de Tu ira, desapareció cuando Tu juicio cayó sobre el mismo profeta que habías usado para reprenderlo. Cuando hablas, quieres ser obedecido, y las buenas intenciones no pueden excusar la desobediencia. Pero Jeroboam se quedó endurecido de corazón (1 R 13:33), y al fin, le costaría la vida de su hijo y la destrucción de su dinastía. ¡Qué triste que tenía más miedo de perder su reino que de perderte a Ti!

Reflexión

Al crear su religión falsa, Jeroboam no dejó que los levitas siguieran sirviendo como sacerdotes. Los fieles a Ti tuvieron que dejar sus hogares y mudarse a Judá. ¿Estaría yo dispuesto a dejar mis amigos y mi hogar para seguir siendo fiel en Tu servicio?

Petición

Padre, Jeroboam es un ejemplo trágico de un hombre que se negó a creer que Tú serías fiel a cumplir Tu palabra. Ayúdame a permanecer fiel en mi compromiso de obedecerte, no importa cuán sombrío sea el futuro o qué desesperada sea la situación. No me dejes olvidar que “el Señor es fiel y Él los fortalecerá a ustedes y los protegerá del maligno” (2 Ts 3:3).

Agradecimiento

Gracias por las muchas lecciones que me enseñas por medio de las vidas de los reyes de Israel. ¡Cuán agradecido estoy por las señales de advertencia que pones al lado del camino de mi vida! “Pero gracias a Dios, que en Cristo siempre nos lleva en triunfo” (2 Co 2:14a).

En el nombre de Jesucristo, Amén.

Versículo de Meditación: 2 Crónicas 11:17.