Querido Padre Celestial,

Alabanza

Tu bondad y Tu generosidad se reflejan en la belleza y en la abundancia de la naturaleza. “Visitas la tierra, y la riegas; en gran manera la enriqueces; haces que se empapen sus surcos, haces descender sus canales; la ablandas con lluvias, bendices sus renuevos. Se visten de manadas los llanos, y los valles se cubren de grano; dan voces de júbilo, y aun cantan.” (Sal 65:9–13 RVR60). Me uno a los valles y a los llanos y digo: “¡Te alabo, Señor!”

Hoy en Tu Palabra

Hoy me contaste más de los salmos de David. El salmo 58 es un salmo imprecatorio, un salmo que pide en los términos más enérgicos que Tu juicio sea derramado sobre los malvados. David hizo la pregunta: “¿Hablan ustedes en verdad justicia, oh poderosos? ¿Juzgan rectamente, hijos de los hombres?” (Sal 58:1). Los que están en posiciones de poder deben ser ejemplos de virtud y justicia, pero con demasiada frecuencia están llenos de violencia y engaño. ¿Qué se debe hacer con los que abusan de su poder? ¿Qué se debe hacer con los que defraudan a los pobres y matan a los inocentes? El Espíritu Santo respondió: “Oh Dios, rompe los dientes de su boca; Quiebra las muelas de los leoncillos, Señor. Que se diluyan como las aguas que corren que sean como el caracol, que se disuelve según se arrastra, como los que nacen muertos, que nunca ven el sol” (Sal 58:6–8). Esto me enseña que el Espíritu de Jesucristo desea la destrucción de los malvados. Si no se arrepienten, ¡que sean eliminados en Tu juicio! Está bien que me regocije en la venganza de Cristo. Cuando el Hijo de Dios regrese con gran poder, de Su boca saldrá una espada afilada, y vencerá las naciones malvadas y pisará el lagar del vino del furor de la ira de Dios. Cuando verdaderamente me doy cuenta de cuán venenosa es “la serpiente”, con alegría me uniré con Cristo mientras Él se lava los pies en la sangre de los impíos. “Entonces los hombres dirán: ‘Ciertamente hay recompensa para el justo, Ciertamente hay un Dios que juzga en la tierra’” (Sal 58:11). ¡Aleluya!

Reflexión

Pocas cosas duelen más que la traición de un amigo íntimo (Sal 55:12–14). Ambos David y Jesús experimentaron la herida de tal traición (2 S 16:11; Jn 13:18). Su dolor hace que me pregunte: ¿qué clase de amigo soy yo? ¿Amo sinceramente a mis amigos y respeto su confianza en mí?

Petición

“Oye, oh Dios, mi clamor; a mi oración atiende. Desde el cabo de la tierra clamaré a ti, cuando mi corazón desmayare. Llévame a la roca que es más alta que yo” (Sal 61:1–2 RVR60).

Agradecimiento

¡Te agradezco mucho por estas palabras: “Echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará; no dejará para siempre caído al justo” (Sal 55:22 RVR60)!

En el nombre de Jesucristo, Amén.

Versículo de Meditación: Salmo 62:10.