Querido Padre Celestial,

Alabanza

Los salmos de David ilustran vívidamente esta verdad importante: “Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo.” (He 12:6 RVR60). Eres un Dios que me disciplina, y Tu reprensión demuestra que verdaderamente me amas a mí (Pr 13:24; Ap 3:19). Te alabo hoy por reprenderme y corregirme cuando me desvío de Tu camino. De hecho, ¡“fieles son las heridas” de mi Amigo más íntimo! (Prov 27:6) ¡Bendito sea Tu Nombre, Señor!

Hoy en Tu Palabra

Hoy me contaste más de los salmos de David. En el salmo 38, David clamó a Ti en medio de su miseria y desesperación. Tu mano de disciplina “se agravó sobre” él, y el sentimiento de su culpa pesaba más al estar acompañado de una enfermedad física. La enfermedad que David tenía hizo que sus amigos y sus parientes se mantuvieran “a distancia”, y les dio a sus enemigos oportunidad para tramar su destrucción. ¿Qué debo hacer cuando mi pecado haya traído Tu disciplina y me haya apartado de mis amigos? ¿Cómo debo responder cuando mis problemas vienen por mis propias decisiones y solo yo llevo la culpa? Este salmo es la respuesta a estas preguntas. David me enseña que debo: (1) confesar mi iniquidad y arrepentirme de mi pecado (Sal 38:18), (2) lamentar la pérdida de lo más importante—una consciencia intachable y una relación íntima contigo (Sal 38:6), (3) echarme sobre Tu misericordia y pedirte el alivio (Sal 38:1), (4) quedarme silencioso delante de mis enemigos y esperar Tus acciones (Sal 38:13–15), y (5) pedir que me salves a pesar de mi insensatez (Sal 38:21–22). La respuesta de David a Tu disciplina es tan aleccionadora—en lugar de desesperarse, David corrió y se echó en Tus brazos. ¡Es exactamente lo que debo hacer! Mi pecado debe conducirme más cerca de la cruz, y mi culpa debe traerme más cerca de Tu lado. ¡Verdaderamente eres, oh Señor, mi salvación! (Sal 38:22).

Reflexión

Esperar en Ti con paciencia no es fácil, pero David me provee cuatro buenas razones para hacerlo: (1) Tú escucharás mi grito, (2) me levantarás de mi desesperación, (3) pondrás mis pies en tierra firme, y (4) me darás un nuevo canto de alabanza (Sal 40:1–3). ¡Sí, vale la pena esperar en Ti!

Petición

Padre, guarda mis pies en la vía de la luz y mi corazón en el centro de Tu voluntad. Que mi testimonio siempre sea: “Me deleito en hacer Tu voluntad, Dios mío” (Sal 40:8; He 10:9).

Agradecimiento

David lo dijo de la mejor manera: “Muchas son, Señor, Dios mío, las maravillas que Tú has hecho, y muchos Tus designios para con nosotros; nadie hay que se compare contigo; si los anunciara, y hablara de ellos, no podrían ser enumerados” (Sal 40:5). ¡Aleluya!

En el nombre de Jesucristo, Amén.

Versículo de Meditación: Salmo 40:2–3.