Querido Padre Celestial,

Alabanza

Hoy exalto Tu nombre; el mundo es Tuyo (Job 41:11; Sal 24:1). Todo lo que existe fue creado por Tu Hijo, Jesucristo (Col 1:16). A Ti, el “Padre de las luces”, Te encanta darme toda buena dádiva y todo don perfecto de lo alto (Stg 1:17). Si no “negaste ni a tu propio Hijo, sino que Lo entregaste por mí, ¿cómo no me darás también junto con Él todas las cosas?” (Ro 8:32). ¡Grande eres, Señor, y muy digno de ser alabado!

Hoy en Tu Palabra

Hoy me dijiste de las instrucciones que diste para tomar posesión de Canaán y la frontera que fijaste para la nación de Israel. Las fronteras de la herencia de Israel mostraban que Tu don de la tierra era específico y definido; la gente no tenía permiso a ocupar los territorios de otras naciones por capricho (v. Dt 2:5). Es un importante recordatorio de que toda la tierra es Tuya, y puedes darla a quienquiera que desees (Lv 25:23). Ordenaste que Israel expulsara a todos los habitantes de Canaán, destruyera sus ídolos y sus lugares altos, y tomara posesión de la tierra de Canaán. Sabías que si permitían quedarse parte de los habitantes, serían corrompidos por su maldad. Las prácticas religiosas de los cananeos no serían preservadas; tenían que destruirlas. Este principio debe guiarme actualmente, y debo negarme a participar en las religiones falsas del mundo. La tierra se repartió a las tribus por suerte, tomando en cuenta la población de cada tribu. Elegiste a un líder de cada tribu para atestiguar el reparto de la tierra; entonces se podría asegurar una división justa, según Tu voluntad. También proveíste ciudades para los levitas que recibían diezmos en lugar de territorio. Los pusiste entre todo Israel para asegurar que cada tribu tuviera el beneficio de su liderazgo espiritual y para guardar la unidad religiosa de la nación. Nombraste seis ciudades de refugio para proteger del vengador de sangre a los homicidas sin intención. No se permitía que se diera muerte a un asesino con el testimonio de un solo testigo (Nm 35:30), y no se dejaría que un asesino convicto pagara por su crimen salvo con su propia vida (Nm 35:31). Esta ley se basa teológicamente en la verdad de que “la sangre contamina la tierra”; la única limpieza posible era la sangre del asesino (Nm 35:34).

Reflexión

Ordenaste a Israel vez tras vez que destruyeran completamente a los cananeos. Hiciste esto porque sabías que el pecado, como un cáncer, se multiplica y crece si no es completamente quitado.

Petición

Padre, “escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón. Pruébame y conoce mis inquietudes” (Sal 139:23). Revela cualquier cosa en mi vida que no Te agrade, y ayúdame a ser firme en mi rechazo del pecado.

Agradecimiento

Gracias por la paz que hay en un corazón totalmente dedicado a Ti. Prometo dejar que esa paz sea el factor más importante en toda decisión (Col 3:15).

En el nombre de Jesucristo, Amén.

Versículo de Meditación: Números 33:55–56.