Querido Padre Celestial,

Alabanza

Te alabo hoy por Tu Hijo, Jesucristo; Él es el Cordero de la Pascua que voluntariamente se sacrificó por mis pecados. Cuando Juan lo vio, dijo: “Ahí está el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1:29). Pedro proclamó que yo he sido redimido “…con sangre preciosa, como de un cordero sin tacha y sin mancha: la sangre de Cristo” (1 P 1:19). Te alabo hoy por la maravillosa provisión de salvación por medio de Tu Hijo.

Hoy en Tu Palabra

Hoy me dijiste sobre las últimas plagas, la primera celebración de la Pascua, y el éxodo de Israel de Egipto. Después de la plaga de langostas, la determinación de Faraón estaba disminuyendo; dijo: “…ruego que perdonen mi pecado sólo esta vez…” (Ex 10:17). Pero todavía no quiso dejar que Israel saliera, y fortaleciste su voluntad según la dureza de su propio corazón (Ex 10:20). Moisés advirtió a Faraón sobre la última y terrible plaga, pero se negó a escuchar. Esto me enseña que el pecado hace que las personas piensen y actúen irracionalmente; ¡una obediencia humilde a Tu voluntad es siempre el mejor curso de acción! Le diste a Israel instrucciones sobre la Pascua, y las siguieron exactamente. El sacrificio y la cena de la Pascua servirían como una conmemoración de la noche en que pasaste sobre las casas de Israel para matar solo a los hijos egipcios. Deseabas que guardaran esta celebración anualmente para que la próxima generación aprendiera que Tú eres el único Dios verdadero. Esto me muestra la importancia de recordar lo que has hecho en mi propia vida y compartirlo con mis niños. La Pascua también expresaba la verdad espiritual que toda persona debe ser salvada de la ira de Dios; Jesucristo se ofreció como nuestro cordero sacrificial (1 Co 5:7), y Su sangre consiguió nuestra redención de la muerte espiritual (He 9:12). Actualmente, la Cena del Señor (1 Co 11:20–34) es nuestra “Pascua” que nos recuerda cuánto costó nuestra libertad de la esclavitud del pecado. Después de la muerte de todo primogénito egipcio, Faraón rogó que salieran los israelitas. Se fueron con gran riqueza y muchas posesiones, un testimonio de que Tú les habías llevado de Egipto por Tu mano poderosa.

Reflexión

El cordero de Pascua era inocente; murió como sustituto por ellos que habrían muerto durante la plaga. Tal es el precio del pecado—que una vida inocente debe ser tomada en lugar de la culpable.

Petición

Padre, deseo honrar el maravilloso don que me has dado en la vida de Tu único Hijo. Ayúdame a vivir de una manera digna de la vocación con que he sido llamado (Ef 4:1; 2 Ti 1:9).

Agradecimiento

Muchísimas gracias por el sacrificio hecho por Tu Hijo en la cruz. Él murió por mí, un pecador perdido y rebelde, y me ha resucitado para andar en novedad de vida. ¡Aleluya!

En el nombre de Jesucristo, Amén.

Versículo de Meditación: Éxodo 12:26–27.